ÁNGELES RESISTEN AL ATARDECER

de Carlos Fernández.

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7 DEF

Ángeles resisten al atardecer es una alegoría poética sobre la hospitalidad, las catástrofes urbanas y la incertidumbre de las amenazas, ciertas o imaginarias; sobre el deseo inocente de cambiar el rumbo de las cosas.

 

Desde el principio, las ciudades fueron sitios en los que desconocidos convivían en estrecha proximidad sin dejar de ser desconocidos. Vivir en compañía de desconocidos siempre es un tanto alarmante (aunque no siempre asusta), ya que éstos, por naturaleza, y a diferencia de los amigos y enemigos, albergan intenciones, pensamientos y modos de reaccionar ante situaciones comunes que nos resultan desconocidas, o no lo bastante conocidas, lo que nos impide anticipar su comportamiento. Una muchedumbre de desconocidos provoca una sensación endémica e incurable de que algo imprevisible puede ocurrir.

Zigmunt Bauman

El escenario. Es algo que ya conocéis todos:
Esta ciudad dolorosa.
Este campo de batalla donde siempre pasa de todo,
y todo lo que pasa encierra el universo entero.

Aquí es donde empieza todo.
En los corazones de los hombres
y en rincones perdidos de esta ciudad.

Está atardeciendo.
Y parece que el sol se hubiera encasquillado
en los raíles de su trayectoria,
eternamente atardeciendo,
dejando sobre todo esto
una luz anaranjada imposible de nombrar.
Y no es la luz, no es exactamente la luz lo sorprendente,
sino la trasformación que provoca en las cosas y las personas,
en todo el paisaje de la ciudad,
como si asistiéramos al último acto de nuestras vidas,
iluminado por un sol
que no quiere desaparecer,
que no quiere dejarnos desaparecer.
Encasquillado en los raíles de su trayectoria.

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Durante la obra yo iba pintando murales, fondos y dibujos. Aquí tenéis una muestra:

Aquí los carteles con los que el Joven 1 se proponía llenar la ciudad (¡y hasta lo intentó!):

Y algunas imágenes de la obra:

Podéis pinchar aquí para leer el texto de la obra en pdf, que fue editado por Antonio Fernández Lera en su colección “Pliegos de Teatro y Danza”.

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Y un texto crítico de Eduardo Pérez-Rasilla:

Aún es posible la utopía.

El teatro de Carlos Fernández busca tenazmente expresiones de respuesta a la vulneración padecida por el ser humano. La violencia y la injusticia estructurales y multiformes, la hostilidad de los otros, la agresividad del entorno o la propia insatisfacción e indignidad personal encuentran en sus propuestas un ámbito en el que pueden exhibirse sin emplastos, sin temor a pretendidas correcciones morales o sociales. Toda exhibición lleva implícita alguna forma de complacencia y hasta de obscenidad, pero también de persecución de la belleza. La exhibición teatral aspira además a conjurar, siquiera idealmente, los males que la propia exhibición representa. Hay, por tanto, en estos trabajos un fuerte grado de compromiso, combinado con una dosis no menor de ingenuidad, ingenuidad consciente y asumida, transmutada en hermosa e imposible utopía. Y una cierta rabia contenida, sublimada en estas sugestivas propuestas que Fernández ha ido mostrando en las últimas temporadas teatrales con trabajos que revelan una notable y creciente madurez, y una inquietud estética que le llevan a una renovación permanente, aunque esta mantenga y desarrolle esas señas de identidad propias de cada creador y que, en Fernández, van adquiriendo perfiles cada vez más nítidos.

Ángeles resisten al atardecer, su última entrega, constituye, hasta el momento,  su trabajo más ambicioso. Resuenan en él ecos diversos, desde la tradición malditista hasta la generación beat, pasando por cierto cine y cierta literatura norteamericana, por el mundo crepuscular del teatro beckettiano o por las aportaciones de otros creadores de la vanguardia escénica española reciente,  pero, ya desde el título, advertimos el predominio de una relectura de los textos bíblicos. Esta lectura es transversal y  libre, recreadora y ecléctica. Toma tanto el lenguaje parabólico e inocentemente didáctico de los Evangelios, como aquellos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que hablan de  destrucción y castigo. Algunas citas de episodios concretos –los relativos a Sodoma y Gomorra o a Moisés– adquieren especial intensidad y son reelaboradas con ingenio, con intencionalidad y con belleza, pero, más allá de estas referencias, advertimos un tono apocalíptico que impregna el espectáculo y que reviste los caracteres propios del género: destrucción,  terror, purificación, anuncios de la posibilidad de un mundo diferente, y acaso mejor, y una extraña e inquietante hermosura verbal, compatible con la violencia del lenguaje y de la situación.

El hilo conductor recuerda a un trabajo anterior, Todo es distinto de cómo tú piensas, en el que los personajes intercambiaban impresiones, relatos o comentarios, pero la estructura empleada en este último trabajo es mucho más sólida y sugerente. Los dos jóvenes son ahora dos seres marginales y entrañables, con un cierto aire de extraños apóstoles que luchan por cambiar el mundo, a los que acompaña más tarde un ángel-mujer.  En un segundo término, en semipenumbra, un anónimo narrador – papel asignado al propio Carlos Fernández -, quien, provisto de atril y micrófono, lee las acotaciones y actúa como discreto maestro de ceremonias. Los jóvenes y el ángel-mujer cuentan cuentos –trasuntos de maravillosas parábolas- reviven escenas de terrible violencia -que muestran su semejanza con tantos episodios contemporáneos, algunos explícitamente mencionados y otros aludidos-, se transmutan en otros personajes, ejecutan acciones diversas -con frecuencia cotidianas, pero no desprovistas de un valor ritual o simbólico-,  sueñan y viajan en el espacio y en el tiempo, a la vez que filman su propio rostro –que vemos reproducido en un monitor-,  escuchan canciones o dibujan en un gran mural al fondo del escenario, que se va renovando una y otra vez a lo largo de la función.  

Advertimos precisamente esa madurez a la que nos referíamos no sólo en la riqueza temática y en la intencionalidad crítica del trabajo, sino, además, en la integración de lenguajes, cada vez más exigente y ambiciosa, pero también más plena y cohesionada. El discurso verbal está también más conseguido, es más preciso, más rico y más incisivo, con esa mezcla de humor ácido y poesía o con esa atinada combinación entre el relato, en forma de soliloquio, y el diálogo, más fluido y eficiente que en entregas anteriores.  El dibujo, realizado ante los ojos de los espectadores, aporta una inusitada y enriquecedora perspectiva a la representación, la dinamiza y permite establecer contrastes, paralelismos o subrayados. Una línea interesante de exploración teatral.

No es menester insistir en el grado de entrega, de generosidad y compromiso de los tres intérpretes. Y, por supuesto, el de Carlos Fernández.  En suma, son muchas las razones para que  Ángeles resisten al atardecer no deba pasar inadvertido. Es un trabajo de referencia.